lunes

confesión

se escuchaba de nuevo el dolorcito de la quebrada. desfigurándole el mediodía. el mediocuerpo. el agua deshilachada practicaba costuras entre los recovecos que el manglar de dedos insinuaba. se partía el sol como goticas de lluvia coloreando charquitos apenas tibios. eran dos tres cinco pájaros quienes dibujaban en el cielo las escasas nubes que tímidas no juntaban cuerpos. ponme la mano aquí macorina ponme la mano aquí. insistían dos tres cinco pájaros levantando calores. pero no había forma. las nubes se rozaban y tras un temblorcito se dispersaban sin ni un revolcón que desbordado se regara en toda la tierra. seca. seca la tierra que se quería del calor evaporar.
y el gemidito de la quebrada afónica de invocar caricias ajenas. desvariando. con la mirada sin centro desperdigándose entre aullidos. grave cantando. grave viviendo. grave ella. ella que sin inmutarse el cuerpo iba desuniendo cada nudo de la quebrada. peinándole el cause. agrandándoselo. sin peine le iba cambiando las partituras a la quebrada. y yo sin saber que hacer de aquel olor a mujer.
crujía. ahora crujía la tierra. iban surcándole fértiles irrigaciones de naturaleza sudorípara que le paraban los poros que sedientos avispaban sus lenguillas. reborboteaba la quebrada. como si el infierno atizara cuerpos que pegaditos en un horno se deshacían en la pasión eterna. así bullía el río. el infierno vibrándole en la espalda. ella con el peine de sus manos dilatándole toda su terrenalidá. ponme la mano aquí macorina ponme la mano aquí. y acá. y por acá. y ahí ahí ahí. se estremecía. nubes casi desdibujadas en un puro tembleque iban a fuerza de calentura arriando separaciones. como un exorcismo a tiempo iban toditos repeliendo vomitándo negando almas y erizando esa cercanía tan cutánea.