martes

…asfixiante…

-Entonces…
-Nada.
Miró hacia arriba respirando y aprovechando cada átomo que entraba hasta sus pulmones, echó la cabeza hacia atrás con pesadez.
-¿Entonces?
-Ya te dije que nada.
Otro hondo suspiro y ahora cerró los ojos y con la misma pereza se dejó caer al suelo.
-Sabés que…
-Sí.
-Pero no te dije nada, no me dejaste hablar.
-Aja…-un bostezo.
-Buenoo…-otro bostezo-Desde que tengo memoria sos así en Semana Santa.
El calor asfixiante, el viento ardiente y los insectos. Ambos estaban sentados en el suelo de su casa para evitar el calor, pero era tanto… Las ventanas estaban abiertas de par en par para dejar entrar el escaso soplo de la época e incluso la puerta que daba a la calle estaba abierta todo para intentar ahuyentar el sudor; las pequeñas hormigas les caminaban entre los dedos de los pies, una mosca sobrevolaba sus cabezas emitiendo un sonido molesto y como si no fuera poco…
-¡Está lloviendo!-gritó desde la cocina la anciana, llevaba una carga de ropa en una canasta vieja-¡La ropa se va a mojar! ¡Necesito ayuda!
-¡No lluvia!...el bochorno que se va a venir.-exclamó poniéndose de pie.
-Que pereza…-exclamó-Sólo eso faltaba para empeorar este domingo…
Entre los dos descolgaron la ropa y la metieron en la casa para que no se mojara, hasta la lluvia parecía que les iba a quemar la piel.
Desde adentro miraron aquel aguacero caer, cuando terminó de llover el día se volvió menos aguantable…
-No importa el calor que haga.-dijo la anciana-Tenemos que cocinar…
Ahora era el horno encendido, meter las rosquillas y mientras que se esperaba a que se hicieran amasar y hacer empanadas de papaya… ¿cuánto más tardaría la noche en llegar? ¿Cuánto más tendrían que esperar para que Dios dejara de castigarlos con ese calor?
-Las noticias…ponelas, papito.
Encender el pequeño televisor, con unos cuantos golpes en el lugar adecuado era posible domarlo sin embargo, mientras tanto, había que esforzarse para que hiciera caso. Ya, por fin puestas las noticias.
-Otro incendio…que pecado, pobrecitos empezando Semana Santa y de entrada se quedan sin nada...que pecado.
La mirada indiferente de los dos, en el televisor las crudas imágenes de un fuego que se elevaba y tragaba demoníacamente todo a su paso.
-Bueno, Dios nos guarde esta semana que empieza…-las oraciones terminaron haciéndose murmullos.
Era todo tan sofocante, ya las últimas rosquillas las hizo con enojo…quería que ese día acabar cuanto antes…ya había sido suficiente…se asfixiaba con la vida.

El trueno…luz agitadora

No era realmente la clase de persona que amara reír, de hecho casi no lo hacía. Aquella tarde estaba, especialmente, sumida en una seriedad perturbadora. Sentada en la acera de una calle mirando nada más el desgarrador paisaje urbano, añorando deseos de infancia y maldiciendo el futuro.
No, no era la clase de persona que amara reír, de hecho, no era la clase de persona que amara. Seria y sentada, así permanecería por siempre. Con zapatos tan rotos que casi podrían cantar óperas enteras y con camisas largas y descuidadas. Así, sentada y seria.
¿Qué miraba? ¿Qué podía ver una persona que estaba sentada y en una seriedad tan absoluta? Miraba el futuro, claro que lo hacía. Yo, la miraba a ella. Ya que era un misterio, tan sentada y tan seria, mirando el futuro con ojos negros y piel morena que la delataba.
Yo intentaba imitarla. Permanecía en quietud y serenidad, en inmovilidad absoluta intentando mirar más allá de lo escrito…pero solo miraba lo tangible. No pasaba mucho hasta que yo paraba en rendirme y la miraba, intenando ver en sus ojos aquella cosa que le llamaba tanto la atención.
Pues esta tarde, de la que hablo, llovía. Ella tenía la ropa que usaba los domingos, pero era jueves. Yo estaba en el árbol y las gruesas gotas distorcionaban aún más la confusa imagen de ella sentada y seria. Ese jueves en especial ella no se había movido ante nada, incluso estaba más seria que nunca.
Miraba, como siempre, un punto fijo. Tal vez una banca, un árbol o un pájaro; sin embargo, como siempre, lo que veía era otra cosa. No era yo lo que miraba, nunca me había notado, o tal vez sí pero no le interesaba, o tal vez sí le interesaba y por esa misma razón no me miraba con aquellos negros ojos capaces de volver piedra a cualquier criatura.
La lluvia era tanta y tan violenta, que sentí la leve tentación de irme. Pero era la misma intensidad de la lluvia la que me invitaba a quedarme acobijado por el árbol y el nido.
Sin embargo aquel cortejo que ella mantenía con el punto fijo no parecía tener fin, al igual que la lluvia. Creo que la misma naturaleza se sentía ofendida al verse impotente ante la mirada de ella, sentada y seria. Viendo como el más hermoso de sus aguaceros no surtía efecto en el enredo de pensamientos que ella tenía…
Yo me resguardaba en el árbol. Con, si así lo quieren, un poco de cobardía. Mas todos le tememos a algo…yo a la lluvia.
Era jueves, como dije, y como diré el jueves más melancólico que jamás yo haya vivido. Era un día triste, tan amargo que hasta me entran ganas de llorar al recordarlo. Como siempre todos pasaban y no nos notaban, ni a ella ni a mí. A veces creo que ella nunca existió, sentada y seria por siempre.
Era jueves, repito de nuevo, ya que el jueves es importante. Día de melancolías… ¡oh, día de sollozos! ¡Día de traiciones!... ¡Día esperanzado pero no correspondido! Pero ese jueves algo le correspondió a ella.
Llovía, detalle tan importante en este pequeño hecho, llovía a cántaros. Cada gruesa gota calaba hasta el hueso más profundo de mi pequeño cuerpo. Ella en su grandeza aguantaba en devoto silencio, en abrumadora seriedad.
Llovía, ¡importantísimo detalle! Tan importante, verán, porque es esa lluvia la que me hace dudar, la que me hace creer que lo que vi nunca pasó, que aquello no fue más que una quimera causada por mi propio deseo. O que tal vez esa misma lluvia me jugó una cruel broma, ya que viéndose frustrada ante ella me atacó a mí con un truco que no me dejaría nunca más estar en plena seguridad de alguna cosa.
¡La lluvia! ¡El triste velo de los jueves! ¡El telón que tapó antes de tiempo ante mis ojos el final del acto! Porque, y no lo crearán, ella estaba ahí sentada y sonriendo. ¡Sentada y sonriendo!
Como un rayo, certero y rápido, así fue su sonrisa. Como un rayo que desgarra con luz la oscuridad del cielo nublado, como un rayo estrepitoso que hace temblar los vidrios de las casas, como uno que te hace saltar del susto, un rayo que corta la electricidad de tu casa y te obliga a buscar velas con las cuales ahuyentar a la oscuridad… ¡Así fue esa bendita sonrisa de la que no estoy en completa seguridad de si existió!
En mi asombro la miré, sentada y sonriendo. Pero un efimero momento en el que ni siquiera parpadeé. Entonces, por primera vez en todo ese jueves con ropa de domingo, ella se movió. Ahora estaba de pie y sonriendo… ¡De pie y sonriendo!
Me miró y, creo no aseguro nada, me sonrió a mí, quien en tantas horas le procuré silenciosa compañía.
¡Oh, maldito manar frío del cielo! ¿Cómo pudo confundirme y cegar aquella despedida tan corta? Sí, tal y como lo dije, ¡aquella despedida!...
Quise volar hasta su hombro e irme con ella. Sus ojos me jalaban irremediablemente hasta ese calor humano al que yo no conocía, y hasta temía, pero la lluvia… ¡Oh tantas veces la maldigo! Y ella me esperaba, ¡de pie y sonriendo! Y yo…yo esperaba…yo…yo permanecí no indiferente, no, permanecí inmóvil. ¡Pero, por Dios, que desfallecía por volar hasta su hombro e ir a proclamar aquella verdad que parecía haber descubierto!
Fueron segundos, segundos que son lentos tan solo para quienes entienden la situación. Segundos de esos que nunca más vuelven por más que los deseemos de vuelta, de esa clase de momentos en los que es imposible dejar de pensar que son por los que uno se arrepentirá toda la vida; por más corta que sea como la mía.
No me moví… ¡Dios que me maldigo tambíen a mí por una demostración de la más impávida cobardía! Así que ella se fue con sus rayos y truenos en el rostro…y yo me quedé resguardándome en el árbol de mis propios miedos. Yo me quedé sumisamente en silencio; con gruesas cuerdas que, por mi propia voluntad, me ataban al árbol. Yo me quedé convirtiéndome poco a poco en cenizas.
Ella se fue, ¡de pie y sonriendo! Se fue tal vez a decirle al mundo todo lo que vio cuando estaba sentada y seria, tal vez le contó a sus hermanos que pronto estaríamos todos de pie y sonriendo. Tal vez es ella la que invoca los rayos y los truenos que resuenan y me traen esperanza en medio de la lluvia. Y cuando lo pienso y entre más lo pienso…y aunque soy cada vez más cenizas no me importa…porque ¡Porque ella, la que miraba en al futuro, la que podía ver el destino del mundo, se fue de pie y sonriendo!

El agua destruirá, hormiga, ese tejido de angustias

-…Así que desde entonces me he sentado a mirar el miedo. Con los ojos entrecerrados y la mirada apenas viva. Bien plantada en mi maceta no hay quien pueda moverme. Soy solo una flor, una corriente y casi sin olor alguno.
“No hay mucho en la vida, no hay más que miedo. Sentada en la tierra veo al mundo girar y el tiempo pasa presuntuoso cerca de mí.
“-Tiempo…
“Intento llamarlo para hacerle unas preguntas, pero los segundos mueren con tanta rapidez, y que decir de las horas…nunca logran contestarme nada. Así que he estado sola.
“¿Sos una hormiga curiosa?”
-No, en realidad no lo soy.
-¿Por qué? Tenés patas con las cuales moverte por el mundo.
-De poco me son útiles. Soy parte de una colonia, ¿de qué me sirve moverme por el mundo si no soy yo quien se mueve?
-No entiendo a que te referís.
-Me mueven las órdenes, querida.
- ¿Órdenes?... ¿eso es lo que decís? Perdoná si me río, pero, ¿cómo pueden las palabras hacer que te movás? Ya que eso es una orden…puras palabras.
-No…una orden no son solo palabras.
-¿Qué son entonces?
-Hilos, querida. Hilos que se te hunden en el corazón, que te penetran en el cerebro y te flagelan el alma hasta despedazarla...
-¿Tan malas son las órdenes?
-Horribles…te asfixian, y en las noches los hilos te salen por los ojos en forma de gotas.
-¿Lágrimas?
-No, son órdenes usadas.
-¿Órdenes usadas?
-Así es. Después de que el hilo te mutiló tu alma, después de que te carcomió y la cumpliste sale del cuerpo como una lágrima.
-¡Eso es una tontería!
-No lo es, querida flor.
-¿Cómo puede una lágrima ser una orden usada?
-Siendo.
-Creo, hormiga, que es miedo.
-¿Miedo?
-Sí…todo el mundo retumba ante el temor, se retuercen y gritan ante el miedo.
-¿Qué tiene que ver eso?
-Seguís las órdenes porque tenés miedo, hormiga, miedo de quien te las da.
-Sí…eso lo sabía desde antes.
-¿Pero por qué le temés?
-Porque, flor, así es la vida de la hormiga. Vos sos una flor, fuiste hecha para decorar con vistosos colores la palidez de la vida, estás para alegrar y hacer sonreír; flor, tenés que estar en lo alto siempre…Al cambio la hormiga es pequeña, fuerte solo cuando está con el resto del grupo y el grupo solo es fuerte teniendo a quien lo dirija.
-¿Solo así?
-Sí.
-¿Necesitan a alguien quien los reprima?
-Tristemente, tengo que decirte que sí.
-Pero…no lo entiendo.
-No…porque sos una flor, yo al cambio soy una hormiga, hecha para acoplarse con miles de individuos insignificantes ante las órdenes de un tejedor mayor.
-Insignificantes.
-Atinada palabra, sin duda.
-¿Tenés esperanzas, hormiga?
-¿Esperanzas de qué, flor? ¿De despertarme otro día y atragantarme con una rutina agotadoramente cotidiana? ¿De liberar a la colonia y conducirla a un caos?... ¿De qué, flor? ¿De veras creés que hay esperanzas para una hormiga?
-No sé, en realidad.
-Seguir la línea y esperar morir, flor, la vida de la hormiga.
-Hormiga, he visto el miedo en todas sus formas. Me he sentado en esta tierra a observarlo, sin embargo, vos me impresionás.
-¿Qué?...
-Tan desconsoladamente anhelante, gritás y gritás que no hay esperanzas con la única meta de que alguien te contradiga… ¿no es verdad?
-Tal vez es cierto.
-¿No te das cuenta?
-¿De qué?
-De que tenés una esperanza.
-¿Cómo?
-Estás esperando a que alguien te contradiga, parecés pesimista y casi sumiso, pero sos indomable.
-¿Có…cómo?
-Sos valiente…ya que pese a todo seguís esperando. Hay tanto miedo en vos, hormiga, yo conozco el miedo; pero, también conozco al tiempo.
-¿Al tiempo?
-Sí, el tiempo es como una cascada indescifrable que se lleva con una estrepitosa corriente de tic-tac todas las angustias. Hormiga, el tiempo va a pasar como refrescante río, algún día, por tu alma agrietada por las órdenes. Va a sanar, como agua bendita, todas tus heridas y se llevará en su tic-tac tu miedo.
-Entonces…entonces, ¿qué pasará?
-Hormiga, estoy segura de que, cuando eso pase, no buscarás a alguien más para que te contradiga.
-¿Habré perdido mis esperanzas?
-No…simplemente las habrás enfocado en vos mismo. Porque vas a estar cansado de tragarte tus palabras y le gritarás a todos que tampoco lo hagan.
-¿Seré, entonces, yo quien me contradiga a mí mismo?
-Supongo, hormiga, ya sin miedo que guíe a las órdenes serás imposible de tejer.
-Flor…
-Abrile paso al tiempo…escuchá su corriente, te digo que llegará la hora en la que terminés negándote a vos mismo y te darás cuenta, queridísima hormiga, que no sos tan pequeño como creías.

La escena de una escena que no era, específicamente, una escena

“Quienes intentan darle algo a los que no tienen nada, comenzaba, son los que verdaderamente no tienen nada.
Y así comenzaba…la historia de una vida, la vida de una historia fluctuante…imaginando rincones, los temerosos resguardados y los valientes tras los temerosos gritando palabrerías obscenas…oh, las palabras deslizándose hermosas entre los labios, perdiéndose entre el aire y penetrando la gruesa capa de intelecto hasta llegar al corazón…los ojos levantándose…las miradas altivas y las risas sonoras…las palabras ¡Las palabras! Espantando a los rincones y dejando a todos desnudos…las palabras, quemando y aliviando…empapándonos con una luz cegadora”

Sus ojos se perdieron entre las letras, sintió la gruesa gota de una lágrima rodando hasta su mentón. Se secó, rápidamente, con la manga la lágrima. Ciento veinte decía la lata que había encontrado, aquel era el número de lote. La tiró nuevamente, la lata se alejó dando impredecibles saltos hasta perderse entre la inmensidad de sonidos.
-¡Palabras!-gritó, dos o tres personas voltearon con miradas penetrantes-¿Son ustedes Palabras?-preguntó, quienes se habían vuelto siguieron caminando, sin prestar más atención-¡Palabras!-continuó llamando-¡Vengan y llénenme, Palabras!
-¡Palabras!-gritó otra persona por ahí poniéndose de pie-¡Destrúyanme Palabras! ¡Llévenme consigo a la inmensidad donde nos perderemos para siempre!-la gente que pasaba se detenía con cierta curiosidad, ¿qué le pasaba a aquella gente? ¿Quién era Palabras?-¡Llévenme, Palabras, ahí donde su sonoridad y sentimiento se fusionan efímeros!
-¡Que sea yo quien conozca, más bien, donde nace su infinitud!-replicó quien había hablado primero-Palabras…llévenme, llénenme de las alegrías, de amor y de pasiones; llénenme de sonoridad y de versos…decasílabos, alejandrinos… ¡los que les plazca!
-¡Versos!-gritó un tercer individuo; triunfal caminó un poco-¡Oh, los versos! Vacíenme por completo, llévense dejándome con el más frío aspecto; mas, no se atrevan a alejar los versos, a los que me acarician con tiernas palabras y llenan mi corazón de besos… ¡Vacíenme, pero les advierto que no se podrán llevar los versos!
-Versos…-sollozó otro melancólico-¿Hablás de aquellos?...ah…-sollozó-tengo el alma llena de sellos, marcas que me desgarraron, lágrimas que presionaron hasta que todas mis alegrías asfixiaron…ah…-volvió a sollozar-Son los versos los que mis penas atraen, en mis ojos toda una guerra esparcen… ¡Versos! ¡Poesía vaga y melancólica!-amenazó con un puño deprimente en el aire.
-Palabras…-masculló quien primero había hablado-¿Quiénes somos?...Danos pistas, danos algo…Palabras, vení y alimentanos…cerrá los agujeros…creá alegrías, fabricá ilusiones, destruí esperanzas… ¡Palabras, aquí te invocamos!

“Quienes intentan quitarle algo a la vida, quienes desgarran las paredes de la desgracia, quienes miran con ojos vacíos y gritan con palabras secas, aquellos que no dan la mano y temen mirar al cielo; comenzaba, son ellos los que tienen algo que dar.”