viernes

Narrador omnisciente

Ya había tratado suficiente. Fernando solo se relajó. El revolcón empírico se le había frenado de un solo tajo soso. Ya los aires autodidactas se habían precipitado y se negaban a evaporarse y llenarle nuevamente las ganas de vivir.

Con un ridículo suspiro se sintió convaleciente drenado de por vida e inútil como una lata sin abrelatas, y le pareció justa aquella comparación…se sentía lleno, pero incapaz de sacarse algo…miró la máquina de escribir, pensó que era cuestión del instrumento.

-Fernando se puso de pie y comenzó a narrar de escupitajo su vida entre cobardes susurros:

"El carajo este dio tres pasos cortos y salió renqueando de la habitación…evitó hacer contacto directo con sus ojos al toparse irremediablemente de frente a sí mismo. Se pasó la mano por el pelo y luego por la cara, y no evitó mirarse levemente, solo levemente. Quiso preguntarse cosas, comenzar un diálogo elocuente e intelectual, pero le dio pereza...

"Fernando renquea ahora cinco pasos hasta que su pie choca contra la helada superficie de una mesa bajita de patas de madera devoradas por uñas y lapiceros, le pasa la mano a su refri, como si quisiera quitarle el polvo de encima y choca torpemente contra un tarro de plástico con pimienta que por décima vez en el día cae al piso donde la pimienta se amontona junto con su hermana derramada. Por novena vez en el día Fernando decide dejarla ahí escudado en su idea de que ningún bicho come pimienta.

"Fernando piensa en palabras bonitas para describir ese momento, en metáforas rebuscadas, en chabacanerías típicas para sellar un caluroso pacto patriótico con su lector…pero nada…no se le ocurre nada. Así que ahora solo describe con vulgar legitimidad lo que ve y hace, siento tan poético como una etiqueta de jalea, tan inspirador como la tabla nutricional de las galletas soda.

"Fernando tiene hambre, tiene hambre y una náusea cerebral que ya es casi crónica. Así que se echa al piso frente al refri y entre berrinches estomacales la abre sin decir ni con permiso. Fernando piensa, ahora, que lo que se abre rápido siempre está vacío, y se reconforta pensando en que él debe ser tan difícil de abrir porque está lleno de cosas (ya sea de palmito, atún, garbanzos o las inesperadas sorpresas que siempre nos traen las latas). Cierra la refri decepcionado con nada más que la mantequilla y restos toqueteados de jalea entre sus piernas.

"Fernando, ofendiendo a dios, como bien se expresaría cualquier señora dominguera de verlo en ese estado, fingió que no le servían las piernas y se arrastró hasta el estante, no porque le divirtiera…solo para dislocar levemente el ritual invariable de untarse galletas soda. Gimiendo y pretendiendo estar enfermo sacó con un temblor el paquete, y casi arrugando la cara como viejito masculló algunas palabras sin sentido, le era difícil hablar a Don Fernando sin dientes, ¿quién sabe como se las arreglaría para comer galletas?

"Don Fernando, trémulo pero vigoroso viejito de ochenta y tres años acuñando los últimos estribos de su personalidad combatiente, lucha como cuando joven contra las probabilidades de triunfo, ya no en marchas, ya no con el grito y el desgarro contenido, ya no en la clandestina batalla de quien se expresa donde puede, ya no en idealismos inclaudicables; ahora lucha en su cuarto, lucha contra su propio cuerpo que sordo e indiferente ha ignorado todos estos años el grito jubiloso del espíritu temerario de Don Fernando, quien en vigilias y huidas lejanas perdió todos los dedos de los pies, uno a uno como tributo a su lucha.

"Don Fernando, como soldado incuestionable de su propia revolución jamás cedió ante nada, y caminaba a brincos y saltos que más que estorbosos le daban la ligereza que necesitaba. Sin embargo, su cuerpo caminando siempre a su ritmo, siempre torpe y necio hacia su destrucción envejeció sin más remedio ocasionándole sus ahora apasionantes batallas. Es en estos precisos instantes que este anciano de admirar se pone de pie y brincando como de joven se echa triunfante a una silla, sin ni siquiera un tambaleo que nos dé pista de la condición de sus pies, o de testimonio de su edad. Don Fernando es y será un hombre de lucha, en definitiva, solo hay que mirarlo campante sentado en la silla, jamás rindiéndose pese a encontrarse tirado en el piso como un cadáver.

"Fernando suspiró. La sonrisa de Don Fernando perdió su única batalla contra la escuálida sonrisa de Fernando. Eso hizo que el carajo se sintiera bastante mal, pensando en el pobre de Don Fernando, siempre tan pujante desvaneciéndose solo por la inconveniencia de no existir, el Fernando dejó entonces de sonreír dándole tregua al admirable viejito, que pierde por viejo y no por otra cosa…pierde injustamente porque Fernando ni se esfuerza por vencerlo.

"Fernando agarra el paquete de galletas, lo abre y comienza a untar sus galletas…mientras continúa sintiéndose como pura mierda. "

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