miércoles

En 1995 nació un silbido

En 1995 nació un silbido. El primero, el que más recuerdo. No fue ese silbido que años más tarde escucharía con devoción mi lectura llorosa de Chiapas: El sureste en dos vientos, una tormenta y una profecía, el llanto y risa de ese silbido nacido un año antes. No. Este silbido no crecería, no se extendería, más bien a cada gemido moriría y yo, borona, intentaría resucitarlo, prosperando el genocidio. Sí, tuvo que haber sido en 1995 no en 1994. Porque estábamos en esa casa donde al rato llegaría el otro silbido, igual de frágil, agonizante por sus propios medios, un silbido que a golpe de meses se haría largo y agudo. Y además tuvo que haber sido un domingo, no un sábado. ¿Cuéntenme de un domingo en el que no haga falta silbar para desangrarlo? Mi papá sentado silbando. Yo de pie con pijamas probablemente muy despeinada, intentando clavar estacas en el domingo sin dar con drenaje posible. Con rabia, saña, echando aire al mundo, aire nomás, aire sin testimonio. Mi papá se percata de mi rabia y se me acerca. Silba. Un silbido claro y puro que va luchando, despedazando el aire, extendiéndose lo más que puede, abriéndole paso a todos los silbidos que vendrán y luego arrebatado por el aire ese, que no falta sino que sobra. Dos tipos narizones habían silbado. Uno lo conocería después. Por el momento me importaba nomás este, al que le aburría tanto contar cuentos de niños que no le importaba contarnos Jack el destripador interpretado por Winnie Pooh y sus amigos (…encuentran a Pigglet desmembrado, agonizando en su propio algodón…). Yo impotente. Floreciendo silbidos en mí y yo sin capacidá de extraerlos. Los sentía, adueñándose de mi cuerpo, bailando en mis entrañas, preparándose para el trompazo que se darían al salir y dar de cara contra el aire tomados todos de las manos, un solo silbido fragmentado en la fuerza de mis pulmones de menos de un lustro de existencia. Yo, impotente. Derrotada por el domingo sin poder consagrarme en su sangre. Se agacha mi papá y explica algo. Y ahora el recuerdo está como en una neblina y sus palabras no las recuerdo, pero veo el movimiento de su boca, como se señala los labios luego algo con la lengua. Silba, el silbido sí lo recuerdo. Me señala para que lo intente. Y me sereno. Entonces pongo mi lengua como se supone se pone cuando se silba y no soplo sino que silbo. Parí guerrillero mi primer silbido. Con la alegría que nomás podría tener un muerto va, fracturando el aire que tan cómodo se hacía. Yo, boronita completa que luego se iría desboronando, no sonrío ni celebro, nada que pudiera frenar aquel fluir solo seguía silbando, silbando con la convicción pulmonar de una mártir. Sintiendo desequilibrar mi propia existencia, uniéndome inconciente al silbido que un año antes había desestabilizado al aire aquel, que no falta sino que sobra.

2 comentarios:

mont dijo...

isa, alguien llama y la madre corre precipitada a expensas de majar un gato. contesta esperando que seas vos y yo me acuerdo de un capitulo de guini pu donde al tipo le ponian patines porque era muy lento. te acordas?
ahora que hablamo de piggletes, te acordas cuando tigger se ahogaba en un charquito y se hacia sirviente del chancho?

Chabe o Chave dijo...

claro, la canción que cantaban me sigue acompañando en los momentos más duros. buena guini. zaa!