domingo
caminando caminando
martes
Al Sr. Eduardo Galeano,
lunes
La sábana desacomodada
miércoles
En 1995 nació un silbido
En 1995 nació un silbido. El primero, el que más recuerdo. No fue ese silbido que años más tarde escucharía con devoción mi lectura llorosa de Chiapas: El sureste en dos vientos, una tormenta y una profecía, el llanto y risa de ese silbido nacido un año antes. No. Este silbido no crecería, no se extendería, más bien a cada gemido moriría y yo, borona, intentaría resucitarlo, prosperando el genocidio. Sí, tuvo que haber sido en 1995 no en 1994. Porque estábamos en esa casa donde al rato llegaría el otro silbido, igual de frágil, agonizante por sus propios medios, un silbido que a golpe de meses se haría largo y agudo. Y además tuvo que haber sido un domingo, no un sábado. ¿Cuéntenme de un domingo en el que no haga falta silbar para desangrarlo? Mi papá sentado silbando. Yo de pie con pijamas probablemente muy despeinada, intentando clavar estacas en el domingo sin dar con drenaje posible. Con rabia, saña, echando aire al mundo, aire nomás, aire sin testimonio. Mi papá se percata de mi rabia y se me acerca. Silba. Un silbido claro y puro que va luchando, despedazando el aire, extendiéndose lo más que puede, abriéndole paso a todos los silbidos que vendrán y luego arrebatado por el aire ese, que no falta sino que sobra. Dos tipos narizones habían silbado. Uno lo conocería después. Por el momento me importaba nomás este, al que le aburría tanto contar cuentos de niños que no le importaba contarnos Jack el destripador interpretado por Winnie Pooh y sus amigos (…encuentran a Pigglet desmembrado, agonizando en su propio algodón…). Yo impotente. Floreciendo silbidos en mí y yo sin capacidá de extraerlos. Los sentía, adueñándose de mi cuerpo, bailando en mis entrañas, preparándose para el trompazo que se darían al salir y dar de cara contra el aire tomados todos de las manos, un solo silbido fragmentado en la fuerza de mis pulmones de menos de un lustro de existencia. Yo, impotente. Derrotada por el domingo sin poder consagrarme en su sangre. Se agacha mi papá y explica algo. Y ahora el recuerdo está como en una neblina y sus palabras no las recuerdo, pero veo el movimiento de su boca, como se señala los labios luego algo con la lengua. Silba, el silbido sí lo recuerdo. Me señala para que lo intente. Y me sereno. Entonces pongo mi lengua como se supone se pone cuando se silba y no soplo sino que silbo. Parí guerrillero mi primer silbido. Con la alegría que nomás podría tener un muerto va, fracturando el aire que tan cómodo se hacía. Yo, boronita completa que luego se iría desboronando, no sonrío ni celebro, nada que pudiera frenar aquel fluir solo seguía silbando, silbando con la convicción pulmonar de una mártir. Sintiendo desequilibrar mi propia existencia, uniéndome inconciente al silbido que un año antes había desestabilizado al aire aquel, que no falta sino que sobra.
martes
Mariposa Teknicolor
¨Espero que disfrutes tu infancia y siempre estés alegre...¨
Despedida de una carta de un niño coronadeño a otro
Mariposa Teknicolor, perfectamente pudo haber sido Al lado del camino, perfectamente pudo haber sido Red Rain o Sulsburry Hill, o la costrosa Quien fuera que nunca pude rasparme del todo. Ahora, mientros escucho Solsburry Hill recuerdo como sonaba, durísimo y divertida en la sala. Recuerdo los sillones enroscados, una boa que Montse y yo teníamos la valentía de recorrer de esófago a ano. A mis papás cantándola a todo volúmen, con una alegría casi narcótica, tal vez provocada por el detegente y el cloro o la cera u otras sustancias mágicas que nunca consumieron en nuestras narices (o sí?). Recuerdo el sonido imperturbable de la máquina de coser de mi abuelita y su eco costurero bordándome las manos. Recuerdo esa euforia de infancia, esa euforia musical, de gritar las letras hasta dejar sordo a dios, de bailar hasta reventar la cerámica y así no limpiarla, de un paso de danza que intercalaba los brazos de mi papá y los de mi mamá, que no la intimidaban los colochos de Montse ni mi mechudez natural, una canción a la que no le importaba nada ni nadie, una canción que solo sonaba y sonaba haciéndonos reventar de alegría. Mariposa Teknicolor, Un rosarino en Budapest, Solsburry Hill, Rio, tantas otras...sonando hasta el presente, sacándome de la nada a otra nada más aguantable, tal vez, más bailable.
lunes
12 de octubre (II)
Una señora grande y con vestido. Verde verde verde. Se sienta en tus sillas. Una señora grande y con vestido se rasca la entrepierna fingiendo distracción. Desviamos los ojos. A golpe, salto y caída nos raspamos los kilómetros. Una señora grande y con vestido se asoma por la ventana, una y dos y tres…zapatean las gotas en sus cejas.
Nadie ya se rasca o se raspa. Desviamos los ojos. Ahora cuatro mariposas nos silencian los párpados. La señora grande y con vestido parece quiere tragárselas. Yo no sé, pero eso parece. No se pone de pie, pero menea carnes y bombea sangre a reventar. Las cuatro mariposas parece quieren tragársela, yo no sé, pero eso parece. Ellas, cuatro, le brincan los moldes y la saltean de a pocos. Loca, ya, una señora grande y con vestido balbucea entre berridos los más filosos puñales. Escasas y ligeras, se libran del filo de la baba, y saltean un poco más.
En un mugido atroz se nos caen como costras más kilómetros. Una señora grande y con vestido lucha, esponja cansada de sus kilos. Verde verde verde. Ella se pierde y dejamos de verla, mujer yunta de su gula.
Un vos y una yo esquivando la piel del camino. Negro negro negro. De a pares se nos van desvistiendo las horas. Sin sensualidá, sin ganas, pura caridá.
El viento pare locos. Comadrona el sol, dicen. Salto, salto, salto…vamos despellejando el camino y desmenuzándolo pa la olla´e carne. Cuando haga frío, cuando haga hambre, cuando haga falta nos caminará los esófagos, empozando suspiros en el pecho, creando horizontes inalcanzables entre ceja y ceja.
Masticamos. Esperamos. Se levanta aquella madera seca y rota, siglos antes quemada a punta de olvido. Queremos ir a su encuentro. Dicen aquella madera se anda levantando. Sacando ramas, caminando hojas, palpitando semillas. Haciéndose una tierra y queja baten las entrañas de la madre. Engendrado el niño se la come de adentro pa fuera. Y todos quieren verlo asomar su cabeza de entre los dolores.
Señoras, grandes, tal vez, con vestido, tal vez, vuelven pescuezos sudorosos y tapándose la nariz se alejan del parto, antes escupiendo serpientes para que le arranquen los ojos al niño.
Salto, salto y salto un vos y una yo tragamos kilómetros. Negro negro negro. Se nos abalanzan de a tríos los verdes vestidos de una mentira tupida de viento, que es nomás el soplo de los cobardes. Dicen, nos siguen cuatro mariposas, que destripando himnos nos libran de un ánimo patriótico. Ánimo de herrumbre escurre ánimo doloroso.
Llorando quebrantos vamos limpiando chancletas. Grieta a grieta llora también el camino, y entre su mugre Jesucristo es maquillado, y corren a vestirlo, alimentarlo. Él, más llaga que hombre, mira malagradecido. Su boca chorrea vino y muere quien lo prueba.
Salto a salto a salto. Recreando risa. Verde verde verde. El vestido verde de la mujer grande. La mujer grande que a palmos maldijo mariposas y a palmos pare estrellas embusteras. A palmos, uno dos tres palmos, a palmos estorbosos ella embarrada de fantasía es puerto donde embarca todo dolor, toda mentira, toda soledá, todo miedo y toda mierda. Verde verde verde. Ella nos pinta la libertá a palmos.
Y pariendo y pariendo y pariendo. Pare pare y pare. Paren hombres, paren mujeres. Parirán niños y parirán niñas. Ella dice parir libertá, cuando caga nomás una costumbre. Salto a salto a salto. Ella lo abarca todo.
El viento pare locos. Comadrona el sol, dicen. Salto, salto, salto…vamos despellejando camino. Dicen, nos siguen cuatro mariposas. Y, dicen, aquella madera se anda levantando. Salto y salto, el viento pare locos.
Tus piernas mis piernas nuestras piernas. Cayéndosenos costras. Ni verde ni negro. No hay color que asfixie. Nomás la sacudida. Y grita un niño y la madera tullida lo abraza. Tus piernas mis piernas nuestras piernas. Placenta sangre sal azúcar. Nace muerto, pero grita.
El día antes
-Acá!
Gloriosa, la mujer toma el libro como si por moverlo mucho se le fueran a derramar las letras y lo pone cuidadósamente en la mesa, se lee Salmos, ella sonríe, el niño siente un raro hedor...
¨San José, Coronado
Querida Fulanita
Con cariño, Fulanito¨
(X27)